¿Urgencia energética o climática?
En el sector llaman pico petrolero –o pico
de Hubbert– al cénit de extracción allende el cual comienza a decaer. Hubbert
anticipó con bastante precisión el pico en
EEUU (finales de los años sesenta del pasado siglo), y modelos más recientes lo sitúan en 2025
para todo el planeta. No hay que confundir pico
petrolero con pico de agotamiento, donde empiezan a disminuir las reservas. Al ritmo de extracción actual, con datos de
BP, las reservas de gas y petróleo se secarán antes de
2080. Aunque se descubriesen nuevos yacimientos accesibles gracias al progreso
técnico, hay que prever el
agotamiento antes de cien
años. Por si fuera insuficientemente triste la perspectiva,
algunos países –España, fatalmente– deterioran el saldo comercial con la importación de hidrocarburos, factor
de dependencia exterior.
La peor de las soluciones,
sin embargo, es plantear la
urgencia de la transición
energética, por agotamiento
de recursos o dependencia
exterior, enfocándola como
si fuera transición energética por urgencia climática.
Quiere decirse, según los
proponentes de la implantación de la economía verde a
uña de caballo, dado que antes o después los combustibles fósiles se agotarán y viviendo ya globalmente desde hace años la urgencia climática, nadie debería oponerse razonablemente a acelerar el proceso de
transición. A estas prisas cabe oponer dos objeciones.
Primera, no conozco prueba
definitiva de urgencia climática. Entiéndaseme como es
debido: me refiero a pruebas
científicas, no a provocaciones emocionales ni fraudulentos consensos. Segunda, si urgencia climática hubiese (localmente, con ganadores y perdedores) no encuentro prueba, de momento, ni torturando las
correlaciones, de que la causa sea, sin alternativa posible, el modelo energético en vigor desde
comienzos del siglo XX. Ello no impide que el
calentamiento es incuestionable (pero no catastrófico hasta la fecha) y, muy probablemente, la forma que adopta el cambio climático en
el hemisferio norte. Las (angustiosas) proyecciones de los modelos, merecen artículo aparte.
Paradoja de Jevons
Ciñéndonos a la transición energética, en primera aproximación hay que tener en cuenta la
paradoja de Jevons. Cuando una innovación o
perfeccionamiento técnico permita ahorro de
energía, la demanda aumentará. La paradoja no
se refiere solamente a la electricidad. La electricidad, de hecho, representa únicamente el 25%
de la energía producida actualmente en el mundo. En constante progresión. Una transición
energéticamente “descarbonizada” conlleva la
electrificación total de transportes y edificios
(residenciales y de otra índole). Sin olvidar la demanda que suscitarán nuevos objetos conectados, la futura ciudad inteligente, intensificación
del uso de Internet y telecomunicaciones, minería de bitcoin y otras monedas virtuales, y la urbanización en los países en desarrollo. Por mucho voluntarismo que se ponga, no estamos preparados para abordar la transición energética en
los plazos que quieren imponer. Salvo a incurrir
en costes y racionamientos incompatibles con
imprescindibles hábitos de vida. Suprimir radicalmente carbón, parcialmente hidrocarburos,
restringir el uso de energía nuclear no se compensa con energías de fuentes intermitentes. No
siempre sopla el viento, el sol tiende a ocultarse
en invierno y no sale de noche, lo que implica almacenar electricidad en baterías caras, pesadas,
contaminantes y dependientes de minerales estratégicamente controlados. Lo que cuenta verdaderamente es el rendimiento sobre capacidad
instalada, premisa técnica magistralmente analizada por Pedro Prieto y Charles Hall en un libro imprescindible (Spain’s Photovoltaic Revolution, 2013) de autores, respetabilísimos, que
adhieren al cambio climático.
Una transición energética no es asunto baladí
al albur de modas políticas: es crucial, vital, muchos países se juegan el bienestar de la población. Hay incertidumbre en cuanto al resultado
de las medidas a adoptar y son prácticamente
irreversibles o de costosa reversión. En estas circunstancias, la ciencia económica dispone de un
instrumento analítico llamado “opciones reales”, que valoran la información futura y la flexibilidad y desaconsejan decisiones irreversibles.
El tiempo trae información de la que carecemos
en el presente y que puede hacernos cambiar de
opinión respecto a la decisión a adoptar. Flexibilidad no casa con irreversibilidad. Por precipitada e irreversible intromisión política, probablemente seremos testigos del fiasco económico e
industrial del automóvil europeo 100% eléctrico (tan poco ecológico a día de hoy) noqueado
por la competencia china. O la insostenible pretensión de saturar el entorno medioambiental
de aerogeneradores (en tierra y offshore) a la que se oponen vecindarios, ayuntamientos, cazadores, ganaderos, agricultores y hasta los
propios ecologistas (Fabien
Bouglé, Eoliennes. La face
noire de la transition écologique, 2019). Aerogeneradores
que, de media, suministran
en tierra un 19% de potencia
instalada (45% en offshore).
No obstante, de todas las
decisiones precipitadas en
materia de transición energética la menos justificada es
el sometimiento español al
Protocolo de Kioto y a los
Acuerdos de París (no suscritos por los países más contaminadores): España no debería pagar ni un céntimo por
emitir CO2. Por el contrario,
deberían pagarnos, puesto
que somos captores netos
gracias a los esfuerzos hechos en reforestación y la relativamente baja emisión por
habitante. Europa emite el
9% del susodicho gas con
efecto invernadero.
Utilizando el potencial de
calentamiento de cada gas
referenciado en Kioto (CO2,
CH4, N2O y los tres gases
fluorados) reagrupados en
un sólo indicador, expresado
en unidades equivalentes de
CO2 por habitante, en toneladas anuales –últimos datos
disponibles de Eurostat
(2017)–, España emite 7,7, Alemania 11,3, Bélgica 10,5, Irlanda 13,3, Finlandia 10,4, Holanda 12,
etc. Lo decisivo viene ahora. España tenía, en
2017, 492 automóviles por cada 1.000 habitantes ; Alemania, 555. En superficie boscosa, España contaba con 18 millones de hectáreas (segundo país en Europa); Alemania, 11 millones. Si
bien se mira, Alemania no cuenta con suficientes árboles ni para capturar el CO2 emitido por
su parque automovilístico, mientras a España le
basta un tercio de su superficie boscosa.
A lo anterior hay que añadir que el principal
pozo de CO2 es el mar. La costa española se extiende 7.330 quilómetros; la alemana, 3.624. De
consuno, la abundancia de cultivos, arbustos,
sotobosque y orografía en España potencian,
por agregación, un balance neto de absorción de
CO2 mayor de lo que emitimos o, como mínimo,
alcanzamos la neutralidad carbónica. En buena
lógica: ¿es razonable que las empresas españolas
deban pagar por emitir CO2? Menos razonable
es que ni políticos ni científicos las defiendan.
¿Urgencia energética o climática?
Economista y matemático
Expansión
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