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miércoles, 8 de mayo de 2019

Juan José R. Calaza ABC, 7 de mayo de 2019. ¿Hay un sociólogo en la sala?



¿Hay un sociólogo en la sala?

«Debido a un sesgo cognitivo, efecto Dunning-Kruger, los secesionistas sobrevaloran su capacidad para entender qué es una nación y qué son cuatro provincias»



En el acervo de la ciencia política se han integrado los sesgos cognitivos. Destacan el sesgo de confirmación y el efecto halo (que empopó al presidente Sánchez). Raramente se toma en cuenta el efecto Dunning-Kruger. El efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo que sufren las personas incompetentes o poco cualificadas, en un determinado campo, sobrevalorando su real capacidad o habilidad cognitiva específica. Ejemplo canónico es el de Bernhard von Grünberg, otrora parlamentario regional en Alemania, ahora jubilado, que a pesar de chapurrear el español, hasta el punto de necesitar intérprete, pretendió ante el Tribunal Supremo, a instancias del abogado de Jordi Cuixart, ser buen conocedor de la realidad catalana arrogándose el título de observador internacional en los eventos del 1-O. El sesgo de ilusoria superioridad proviene de una dificultad metacognitiva de los incompetentes que les impide reconocer con precisión y objetivamente la propia incompetencia. Los que somos incompetentes o poco cualificados en algún campo somos también incompetentes para juzgar nuestra incompetencia en ese terreno. El sesgo reposa en una ilusión interna. Paralelamente, las personas más competentes tienden a subestimar relativamente el propio nivel pues consideran que lo que les resulta fácil o claro lo es también para los demás. En este caso, al sobrevalorar las capacidades de los otros, el sesgo aflora por ilusión externa.
Recurriendo a las enseñanzas del efecto Dunning-Kruger podemos relegar a segundo plano (al menos en primera aproximación al procés) el egoísmo económico, el matonismo político, el oportunismo profesional, empoderamiento y otras consideraciones al tiempo que ponemos de relieve un rasgo fundamental de los secesionistas catalanes: el injustificado supremacismo.
Desde la escuela, los secesionistas son incompetentes en historia de España y de Europa; en aritmética, al echar las cuentas se equivocan siempre a su favor; en geopolítica y Derecho habida cuenta que sus planteamientos chocan contradictoriamente con la Constitución española y con la doctrina de organismos internacionales como la ONU: Torra es presidente de cuatro provincias españolas por la Constitución y el Estatut y Cataluña no es una colonia. No entender cosas tan elementales prueba la incompetencia de los secesionistas y la sobrevaloración de su propia (in)competencia.
¿Por qué los «competentes» no frenaron de raíz a los «incompetentes» desde que Mas, en 2012, mostró su enorme incompetencia cognitiva? Aunque no hay que excluir pusilanimidad o excesivos miramientos democráticos, el efecto Dunning-Kruger apuntaría a que los más competentes fueron tempraneros en entender nítidamente que la independencia de Cataluña, haciendo correctamente suma y resta, era inviable. Y como a partir de su propia lucidez calibraron mal la de los otros, sesgando hacia arriba, dieron por hecho que también entenderían la imposibilidad de la secesión y, por tanto, los secesionistas (hasta entonces retóricos) nunca se embarcarían en semejante locura. Los incompetentes secesionistas, por el contrario, sobreestimaron sus propias capacidades (véase el refranero: la ignorancia es muy atrevida) para entender la complejidad del procés y dieron por bueno que conseguirían la independencia con la simple convocatoria de un fraudulento referéndum que sería avalado por Europa e incluso Eslovenia, potencia mundial.
Ahora que se han bajado de las alzaderas, ahora que van de peatones normales, sin suntuosos despachos, sin coches blindados y sin guardias pretorianas, todo el mundo puede comprobar la incompetencia total, abisal, la retórica vacua, que caracteriza a los golpistas ante el TS. No hay que darle más vueltas: siguen sobrevalorando su competencia para entender qué es una nación madre de veinte naciones y qué son cuatro provincias.
El efecto Dunning-Kruger no es culturalmente neutro. Las conclusiones anteriores se apoyan en experimentos realizados en países occidentales. En Japón, algunos estudios sugieren que los japoneses tienden a subvalorar las propias capacidades. Sin embargo, el sentimiento de bajo rendimiento relativo lejos de ser un lastre desmotivador para los japoneses es un estímulo, casi una suerte u oportunidad, para mejorar la cualificación o las competencias a ojos del grupo. Comparativamente, desde ambas perspectivas el efecto Dunning-Kruger muestra en los secesionistas una fatuidad personal, puro supremacismo, que jamás los llevará a perfeccionarse y, simétricamente, la humildad de los japoneses que se sienten incompetentes los impulsa a mejorar y ser valiosos para la colectividad sin autoengañarse incurriendo en sesgo cognitivo de sobrevaloración personal. En conclusión, los secesionistas se nutren de sobrevaloradas convicciones; los japoneses, de humildes dudas. Y dejó escrito Nietzsche que las convicciones son enemigas harto más peligrosas de la verdad que las mentiras («Humano, demasiado humano» aforismo 483).
Juan José R. Calaza es economista y matemático.







sábado, 4 de mayo de 2019

Juan José R. Calaza ABC, 11 de abril de 2019. Que gobierne el partido más votado

TRIBUNA ABIERTA

Que gobierne el partido más votado

«El recurso a pactos a posteriori en lugar de coaliciones previas es una artimaña torticera, una manipulación fraguada a espaldas de muchos votantes»


Juan José R. Calaza / Guillermo de la Dehesa
Experimental y matemáticamente se ha demostrado que ningún sistema electoral es perfecto. Aunque la democracia es mucho más que un sistema electoral, las votaciones legales forman parte de su acervo. En España se ha optado por la regla de D’Hondt, que favorece al partido más votado o a las coaliciones de partidos y organizaciones políticas en lista única que alcancen cierta masa crítica de votos.
En un país con problemas territoriales generados desde la periferia independentista la dispersión del voto impregna de incertidumbre el horizonte político, social y económico, al tiempo que la ausencia de gobiernos bien consolidados debilita al Estado, a las instituciones y a la propia democracia. Algunos partidos, por mor de alcanzar o de conservar el poder, no son refractarios al oportunismo pactista a posteriori. Pactismo fraguado con partidos-bisagra, en ausencia de una mayoría absoluta, que acaban teniendo, gracias a articulaciones sin coalición electoral previa, un peso relativo desmesurado que les confiere capacidad para exigir compensaciones que perjudican a la nación común. Es costumbre admitida pero no pocas veces traiciona la voluntad de numerosos votantes. El recurso a pactos a posteriori en lugar de coaliciones previas es una artimaña torticera, una manipulación fraguada a espaldas de muchos votantes situándolos frente al hecho consumado, irreversiblemente fraudulenta para con parte del electorado cuando este ya no puede sancionar estratagema tan habitual como abusiva.
Para evitar esta perversión política, generada por el sistema electoral vigente, lo más razonable, creemos nosotros, sería que gobernara la lista única o partido más votado. Si bien sin demasiado fundamento, dos objeciones caben plantear a esta propuesta. Primera, el partido mayoritario en ausencia de mayoría absoluta gobernaría contra la mayoría y, por tanto, sería profundamente antidemocrático. Segunda, se trataría de un sistema electoral imperfecto. Ambas objeciones ignoran, por una parte, el núcleo duro de la democracia y, por otra, la imperfección de todos, absolutamente todos, los sistemas electorales. Y ambas confunden mayoría social, mayoría de votantes y mayoría de gobierno. Se trata de conceptos deslizantes cuyos contornos se estudiarían mejor a partir de lo que los matemáticos llaman conjuntos borrosos/fuzzy sets que desde la simple aritmética. Entre otras razones por la penumbra que proyecta ese 25 o 35 por ciento del censo electoral que no vota. No hay que descartar que un partido sin mayoría absoluta, pero con unidad de mando para poder alcanzar sus objetivos, represente mejor a la franja electoralmente silenciosa de la población, que también tiene derechos, que un totum revolutum con mayoría absoluta en la que cada partido tire de la manta para sí. Porque lo fundamental en democracia es bien definir las reglas del juego y no cambiarlas a favor en medio de la competición. Si los españoles decidieran por mayoría absoluta, en referéndum vinculante, que gobernase el partido mayoritario, aunque careciese de mayoría absoluta, la decision sería impecablemente democrática. Y esto es así habida cuenta de que un sistema o régimen electoral (regido por escrutinio estrictamente mayoritario, proporcional o mixto) es cualquier tipo de proceso normalizado que permita la designación de representantes de un cuerpo electoral dado.
Es además ilusorio buscar un sistema electoral perfecto cuando los votantes encaran tres o más alternativas. Es decir, las cosas serían muy simples si solo hubiera dos partidos o candidatos en liza. El tema es técnicamente difícil (ver la sencilla introducción de W.D. Wallis «A Beginners’s Guide to Discrete Mathematics», capítulo 10, «The Theory of Voting») y ahí están los teoremas de imposibilidad de Arrow, Sen, Gibbard-Satterthwaite o Chichilnisky para confirmarlo (en 1976 Jerry S. Kelly referenció hasta 356 teoremas de este tipo; imagínense los que habrá ahora) Para empeorar las cosas, Simon, Allais, Kahneman, Thaler, Schiller (todos ellos galardonados con el Nobel) han puesto patas arriba la ideal racionalidad de los individuos, también de los votantes, sea por su limitación o por los sesgos cognitivos que sufrimos como enseñan la psicología y economía conductual.
En consecuencia, echando todas las cuentas, ante la imposibilidad de alcanzar un sistema electoral óptimo proponemos para España, dadas sus peculiaridades políticas, un democrático second best: debería de gobernar la lista única o partido mayoritario aunque no obtuviese mayoría absoluta.
Juan José R. Calaza / Guillermo de la Dehesa