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martes, 4 de diciembre de 2018

Juan José R. Calaza. ABC, 4 de diciembre de 2018. Del supremacismo


Del supremacismo

«El papel de una minoría usurpadora ha sido, y es, nefasto para Cataluña»
Por Juan José R. Calaza
Actualizado:
Lo han escrito antes que yo. El problema de Cataluña no es España: son sus minorías usurpadoras con vocación de poder y maneras de élites europeizadas avant la lettre. Elites políticas, culturales y económico-burguesas. Al menos parte de ellas: las que se han instalado en el corazón del poder. Desde allí amotinan y manipulan a la mitad de la población catalana empujándola al caos. Un ejemplo, entre docenas, podría ser cierta prensa, que manipula a sus lectores; otro, el profesorado (65 por ciento del cual es independentista) que viola y ahorma ideológicamente la virginidad política de niños y jóvenes. Son esas minorías usurpadoras de la realidad profunda, auténtica, las que han intentado inculcar históricamente el cainita sentimiento de supremacía en los catalanes más desprotegidos intelectualmente y más manipulables.
En su novela The Human Stain (2000), Philip Roth denunció prejuicios, tópicos y lugares comunes sesgadamente interesados que debilitaban la democracia estadounidense. Casi veinte años después la profecía salta a la vista, aunque las idées reçues -creencias sin fundamento- avancen bajo falsas máscaras que los medios y la opinión pública dan por auténticas e incuestionables: «Los derechos intrínsecos de las mujeres por ser mujeres, el orgullo del pueblo negro, la lealtad intracomunitaria de las minorías étnicas, la sensibilidad ética de los judíos». El muy lúcido Roth era judío, obviamente.
En España, un tópico que ha adquirido rango de ley concierne a la superioridad implícita asignada por los supremacistas a los catalanes -así, en bloque: a los catalanes- y, particularmente, a su sensibilidad democrática. Y toda vez que el secesionismo concelebra diariamente una institucionalizada misa negra de la confusión, en la que todos los catalanes ofician potencialmente de independentistas, conviene analizar rápidamente los fundamentos de tanto tópico. Porque, si bien se mira, los catalanes gozan (o gozaban) de cierta excepcionalidad asumida entre los españoles: más ahorradores, mejor formados, más demócratas que el resto.
Dichos tópicos se asientan en un zócalo argumentalmente sólido. Los catalanes, qué duda cabe, son como todo el mundo y en ciertas cosas un poquito menos que otros españoles. Por ejemplo, el populismo golpista del que hace gala el Govern -inimaginable en un país verdaderamente democrático- no puede entenderse sin una base social estruendosamente manipulada mediante el victimismo. Otro contraejemplo: hay diez comunidades autónomas por encima de Cataluña en ahorro financiero por hogar. En fin, según el informe PISA (OCDE), ni en Ciencias ni en Matemáticas ni en comprensión lectora Cataluña figura en lugar destacado respecto a varias regiones españolas que la dominan contundentemente. A todo ello hay que añadir la maldición vudú que los supremacistas hacen correr a rienda suelta: las desgracias vienen de Madrid que los explota. Pero la buena gente de Madrid, que toreó en plazas más difíciles, ni se inmuta porque sabe que a este perro mundo hay que venir ya llorados.
No obstante, el supremacismo en Cataluña no siempre fue independentista. El separatismo, dominante actualmente en el catalanismo, es reciente en democracia pero la soberbia de creerse los mejores, al modo germánico, en Cataluña es de vieja raigambre en su burguesía al engallarse, mediados del siglo XIX, con la construcción de la línea férrea Barcelona-Mataró. Posteriormente, con la empopada económica del desarrollismo franquista y el aperturismo, las clases medias notoriamente ansiosas de empoderamiento político -especialmente en la enseñanza, machihembrado endogámicamente- se sintieron habilitadas a dar lecciones de democracia al resto de España, al modo británico, y, aupadas en el subidón de autoestima progresista, se otorgaron ciertos privilegios intangibles (rendirles admiración intelectual, al modo francés). O sea, se lo creyeron haciendo oídos sordos a las sutiles advertencias de genios desacomplejados como Boadella.
El asunto adquirió las proporciones que hoy tiene porque los españoles ingenuamente dieron por buena la versión de la superioridad democrática de la élite nacionalista catalana: inteligente, pacífica, culta. Era de esperar, la progresiva ausencia técnica del Estado y la fatuidad ambiental (espoleada por la rivalidad con Madrid y el éxito de los eventos del 92) propulsaron demencialmente el narcisismo catalanista que quedó y sigue huérfano de instinto autocrítico. Reconozcámosles habilidad diabólica para la propaganda quejumbrosa, ingeniería social y marketing político llevado al extremo hasta en la forma de vestir supremacista.
A estas alturas no voy a detenerme ni un minuto a desmontar la larga nómina de falsedades que el supremacismo intenta hacernos tragar. Desde la historia a la economía y desde la raza a la cultura no queda resquicio en el que el catalanismo no haya metido la pezuña inquisitorial alumbrando mentiras, pero sobre todo patrañas. Ahora bien, hay mentiras tan sofisticadas intelectualmente -el equilibrio general en economía, por ejemplo- que los propios urdidores acaban creyéndolas sinceramente; las patrañas -la superioridad de las élites catalanistas, verbigracia- solo las tragan los imbéciles.
Juan José R. Calaza es Economista y matemático
ABC Opinión

Juan José R. Calaza ABC, 23 de noviembre de 2018. El problema andaluz


TRIBUNA ABIERTA
El problema andaluz
«Siendo los datos en Andalucía devastadores -del paro a PISA, pasando por el déficit en pensiones- con todo, no son lo peor»
Juan José R. Calaza
Actualizado:
Hace más de treinta años, en el PSOE prometieron convertir Andalucía en la California europea. A día de hoy, la única similitud que veo es que el Palmar de Troya recuerda vagamente a la Familia Manson. Confieso que me cuesta entender la sociedad andaluza (no a los andaluces personalmente), tan paradójica es Andalucía. Sobrada de recursos humanos, culturales y naturales, a veces semeja el tercer mundo puro y duro. Sobre todo, duro. Gracias a personajes como Cañamero, Bódalo o Sánchez-Gordillo que promueven un sindicalismo propio de Chiapas. Pero más paradójico es que los andaluces desean, al parecer, cambio político sin retirarle al PSOE la preeminencia de partido mayoritario, a pesar de su confirmado radicalismo gestual y bananero en creciente competencia con el de Podemos. Tampoco hay que extrañarse excesivamente: por las venas andaluzas corre no poca sangre británica, siempre propensa a la extravagancia simpática. Ya en el manual matrimonial del reverendo E. J. Hardy («How to be Happy Though Married», 1885) se podía leer que al preguntar el oficiante a un rudo leñador si tomaba por esposa a fulanita, contestó «Sí, quiero, pero preferiría a su hermana». Muchos votantes (¿debo añadir «y votantas», Dr. Sánchez?) van a casarse con Susana Díaz prefiriendo a Inés Arrimadas. Y yo.
Siguiendo con las paradojas, en La Coruña, gobernada por el PSOE en coalición con el BNG, retiraron la efigie de Millán-Astray. En Algeciras le levantaron estatua a Almanzor en 2002. Ni Blas Infante se hubiese atrevido a tanto. Lo curioso es que habiendo sido último bastión árabe-bereber en España, el poso genético norafricano patrilineal, cromosoma Y, en la población granadina con cuatro abuelos españoles es solo del 1 por ciento (más del 20 por ciento en Galicia y Baleares). Sorprendentemente, la sierra de Grazalema, rodeada de clima mediterráneo, registra el índice de pluviosidad más elevado de España. Guinda del pastel: el cambio de sexo es gratuito, pero no las intervenciones dentales.
Quede claro que ninguna culpa tiene el buen y bello pueblo andaluz -nuestra mejor sangre española, esa inteligencia caliente- de la mala imagen que a veces refleja Andalucía. Antes bien, es tan extensa la nómina de inmarcesibles genios andaluces que tendrían que pasar doscientas generaciones bajo gobierno socialista para arrumbar, en el olvido profundo, el prestigio de Andalucía. Así las cosas, encoge el corazón observar la impronta profunda de la gestión peronista del PSOE durante décadas. En Andalucía el PSOE nunca ha gobernado con hechos tangibles dirigidos a toda la población, sino con apuestas clientelares potenciadas desde Madrid en la sucursal cuando en España también manda el partido. De California, desde luego, solo han importado el progresismo tontorrón y resabiado de las minorías oportunistas, especializadas en la mendicidad institucional.
Me viene a las mientes en este momento una sangrante chapuza que me llenó de pena y decepción, permitiéndome entender, sin embargo, el gravísimo daño, quizás irreversible, que el PSOE ha causado a la sin par región (en todos los sentidos). El premio Torre de Nerva recayó en el 2010 en Arcadi Espada y se lo retiraron en enero del 2016. Isidoro Durán -militante del PSOE y concejal de Cultura- expuso varios motivos para deshonrar al periodista catalán de origen andaluz: «La escritura de Espada se ha vuelto ofensiva hacia la sociedad en la que vivimos e incurre en totalitarismos». Los totalitarismos en los que incurrió Espada fueron, según Durán, los tratamientos periodísticos de «la violencia de género» y «los nacionalismos periféricos».
Al tener cabida en el PSOE, con voz y mando, personajes tan siniestros y obtusos, demagógicos e inquisitoriales como el tal Isidoro, a uno le asalta la sospecha de que el Partido Socialista se ha convertido en una organización extremosamente barriobajera, adscrita al peor de los populismos. Si Isidoro Durán hubiese sido consecuente le hubiese retirado, por machista y falócrata, todo lo retirable a Rafael Alberti, que dejó escrito en «El toro de la muerte»: «En La Habana/ Una mulata,/ dos pitones en punta/ bajo la bata». Para ello Isidoro Durán tendría que haber leído previamente a Alberti, si no fuera mucho pedir a un concejal de Cultura del PSOE andaluz, habida cuenta que el nivel lo marcó Carmen Calvo -natural de Cabra- cuando fue consejera del ramo.
¿Qué pensar, por otra parte, de ese jactancioso, anacrónico e impostado nacionalismo filomagrebí, al que ni el PSOE le hace ascos, en una españolísima región agarrada golosamente a las ubres de Madrid y Bruselas? Y es, en cierta medida, el fracaso estrepitoso de Andalucía como tierra capaz de generar ilusión de largo plazo lo que provoca generalizada desconfianza en espíritus auténticamente independientes, curiosos, decididos, arriesgados, emprendedores. Me pregunto, en fin, qué persona de valía, andaluza o de fuera, puede tomar en serio -para emprender, investigar o crear- un país teóricamente europeo en el que confunden Marinaleda con Chiapas y los concejales de Cultura son tan indoctos como inquisitoriales, al tiempo que se erigen estatuas a Almanzor en pleno siglo XXI.
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Juan José R. Calaza es economista