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domingo, 1 de diciembre de 2019

Juan José R. Calaza ABC, 23 de septiembre de 2019. Techo de cristal






Techo de cristal

«En la cúspide de la jerarquía profesional, económica, política, intelectual, no cuentan la raza ni el género ni la religión. Los prejuicios se dan en la parte baja de la escala social, a medida que se va ascendiendo van desapareciendo»

De forma general, la expresión «techo de cristal» (glass ceiling) se aplica a personas perjudicadas por supuestas redes de poder tácitas, implícitas -incluso ocultas y clandestinas- que les impiden acceder al máximo nivel de poder, remuneración o jerarquía al que por méritos podrían pretender. Expresión apoyada y «probada» por abundantes estadísticas y estudios sociológicos tan inconsistentes las unas como los otros. Tidjane Thiam es miembro de dos prominentes familias africanas (de Senegal y Costa de Marfil) egresado brillantemente de las más exigentes escuelas de ingenieros (Polytechnique y Mines) viveros de la elitista meritocracia francesa de donde también salieron Henri Poincaré y Maurice Allais. Tidjane Thiam siempre ha tenido la sensación de que se cernía sobre él un obstáculo intangible pero real que no le dejaba progresar proporcionalmente a sus méritos. Tidjane Thiam hizo esas declaraciones a «Le Monde» cuando lo eligieron CEO del Crédit Suisse (2015), después de una impecable trayectoria tanto en la administración pública como en el sector privado. A falta de datos precisos apuntó a la existencia de un inconcreto techo de cristal. Si hasta el CEO del Crédit Suisse adhiere a una retórica vagamente conspiranoica no hay que extrañarse de los propagandistas de «Los protocolos de los sabios de Sion».
De manera más específica y recurrente, a pesar de que en los países occidentales no existen leyes que impongan restricciones en cuanto a número o nivel de mando o responsabilidad de las mujeres, en los estudios de género y en la jerga feminista también se emplea profusamente techo de cristal. Refiriéndose a la limitación del ascenso laboral, impidiéndolas veladamente avanzar jerárquicamente en empresas o instituciones públicas cuando ya han alcanzado situaciones elevadas pero por debajo de la cumbre. Veamos. Desde 1951, los Estatutos del FMI han prohibido el nombramiento de candidato/a de 65 años o más como director/a gerente. Sin embargo, a propuesta del directorio, la Junta de Gobernadores votó (4/09/2019) la supresión de la norma para que Kristalina Georgieva accediera al puesto hasta hace poco ocupado por Christine Lagarde, ahora a la cabeza del BCE.
Difícil analizar objetivamente la realidad o ficción del techo de cristal toda vez que existe una censura al respecto que, sin ser explícita, actúa como autocensura: es políticamente incorrecto negarlo o relativizar su real importancia discriminatoria. No dudo que algo parecido a un techo de cristal pueda existir, y en sociedades acendradamente democráticas, pero no en lo alto de la jerarquía social. En la cúspide de la jerarquía profesional, económica, política, intelectual no cuenta ni la raza ni el género ni la religión: las montañas se comunican por las cumbres. Los prejuicios se dan en la parte baja de la escala social, a medida que se va ascendiendo van desapareciendo. En la parte baja, en el pueblo férvido y mucho, un africano es un negro y una mujer una sirvienta. En los estratos cenitales, un africano de Polytechnique es CEO del Crédit Suisse porque el consejo de administración considera que es el más adecuado para el puesto entre otros candidatos en liza. Y en la parte alta de la escala, una mujer es pianista, ingeniera, cirujana, novelista o directora del FMI (a pesar de incumplir los requisitos). Ello no impide que, contra la evidencia, machaconamente se saque a pasear el techo de cristal para alertar de la discriminación patriarcal en contra de las mujeres más competentes.


Mujeres y hombres siempre serán minuciosamente diferentes aunque no en derechos, felizmente. Ahora bien, según el feminismo más beligerante y menos dialogante (diferencialista, radical, por oposición al feminismo universalista, liberal) un invisible techo de cristal perpetúa diferencias por género en detrimento de las mujeres que carecen, por tanto, de verdadera igualdad de oportunidades. Con estos mimbres, parece natural que se retroactiven en perpetuo feed-back los mecanismos de la indignación. No obstante, escrutada con detalle se observa que la indignación se basa en un solo axioma (Todas víctimas) del que extraen un único teorema (Todos culpables) En consecuencia, casi deberíamos disculpar al extremismo feminista por ser fruto de la indignación. Y bien: no. No hay disculpa posible. Nadie miente tanto como una persona indignada, Nietzsche dixit («Más allá del bien y del mal»).
Juan José R. Calaza es economista y matemático
ABC

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