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sábado, 21 de diciembre de 2019

Juan José Rodriguez Calaza. ABC, 21 de diciembre de 2019

Convertir cuatro provincias en una nación

«Sesgos cognitivos son lo propio del homo sapiens llevándolo a incurrir en irracionalidad decisoria. A ello hay que añadir la violación recurrente de los principios básicos de la racionalidad»


Todas las personas están dotadas de razón, pero no todas se comportan racionalmente. La racionalidad debe sostenerse en un sistema lógico (formal o informal) coherente/consistente, no contradictorio, derivado de unos cuantos axiomas. Por ejemplo, el de transitividad: si prefiero B a C y C a D, coherentemente debo preferir B a D. Las decisiones corrientes de cualquier genio o peatón de la vida son irracionales si violan alguno de dichos principios o requisitos. Pero lo normal es que se violen, dado que la forma idealizada de racionalidad sería más propia de un ordenador o robot programado con inteligencia artificial que de un ser humano. Que un sistema lógico sea no contradictorio es de la máxima importancia; de no ser así podría probarse que las proposiciones A y no-A son simultáneamente ciertas. Cuatro provincias no pueden haber sido parte consustancial de una metrópoli colonial (A) y al mismo tiempo colonias (no-A). Para A. Tversky y D. Kahneman ni siquiera esas exigencias axiomáticas mínimas, requeridas en las decisiones de toda persona racional, se respetan en la práctica. Entre las irracionalidades decisorias observadas, causadas por sesgos cognitivos, está la que deriva del efecto de encuadre (framing). No solemos tomar la misma decisión o proponer la misma respuesta u opinar idénticamente si nos presentan un problema bajo dos enfoques diferentes. Otra irracionalidad, tan llamativa como la anterior, proviene del sesgo cognitivo llamado anclaje (anchoring): dificultad en deslastrarse mentalmente de las primeras impresiones. Ambos sesgos potencian casi irreversiblemente las creencias por adoctrinamiento inculcadas en la infancia y adolescencia.
El proceso de evaluación o análisis considerado racional debe ser objetivo, lógico y mecánico. Si una persona (agente racional) es influida, incluso ligeramente, por emociones, sentimientos, instintos, normas culturales, fobias, filias, códigos morales, etcétera, el análisis o evaluación se considera irracional debido a la injerencia de sesgos. El homo sapiens real no se comporta con racionalidad teórica idealizada y axiomatizada. Paradójicamente, la irracionalidad decisoria poco tiene que ver con la inteligencia o la capacidad intelectual. Hasta a las personas dotadas con grandes recursos mentales les resulta muy difícil cuestionar lo que, a priori, dan por sentado. Numerosos experimentos sostienen esta afirmación. Verbigracia, Kahneman preguntó a estudiantes de la costa Este (viveros de la crema intelectual estadounidense e internacional) si el encadenamiento proposicional siguiente con la conclusión que sigue al «por tanto» está lógicamente justificada: a) todas las rosas son flores, b) algunas flores se marchitan rápidamente, por tanto, c) algunas rosas se marchitan rápidamente. La inmensa mayoría de estudiantes consideró que el encadenamiento era lógicamente correcto. No lo es. Nada permite deducir a partir de las proposiciones a) y b) que algunas rosas se marchitan rápidamente. Es cierto que algunas rosas se marchitan rápidamente, pero no como consecuencia inevitable de a) y b). Ese «por tanto» no puede tener fuerza de implicación. El siguiente encadenamiento lógico sí es correcto (obsérvese la diferencia, de calado, con el anterior): a) todas las rosas son flores, b) algunas rosas se marchitan rápidamente, por tanto, c) algunas flores se marchitan rápidamente. ¿De dónde proviene el error de estudiantes que a buen seguro pasaron tests lógicos mucho más difíciles para acceder a universidades tan selectivas como Harvard? Simplemente, porque la conclusión es creíble. Todo el mundo cree que algunas rosas se marchitan rápidamente. A partir de ahí, a partir de la aceptación de que esa afirmación es cierta, la mayoría de personas no se toma el trabajo de la verificación lógica del encadenamiento. Si creemos por adoctrinamiento que cuatro provincias son una nación será muy difícil que cambiemos de opinión, aunque nos lo demuestren con impecable lógica.
No obstante, un encadenamiento lógico correcto no garantiza que la conclusión sea verdadera. Por ejemplo: a) todas las brujas son mujeres, b) las brujas vuelan en escobas, c) algunas mujeres vuelan en escobas. Aunque existan escobas y aunque existan mujeres, la conclusión es falsa, y las premisas también: una verdad parcial no lleva a una verdad general. Aunque exista el derecho a la autodeterminación para las colonias, no se aplica a las cuatro provincias más ricas partes intrínsecas de una vieja nación europea otrora metrópoli colonial. Anclaje mediante, algunos creen incoherentemente en el derecho a la autodeterminación como otros en brujas voladoras.
No confundamos sesgos con falacias. Determinados sesgos llevan a incurrir en falacias, pero no son lo mismo. Alguien afectado por sesgos racistas o supremacistas será proclive a caer en las falacias de relevancia. Las falacias de relevancia se dan cuando las premisas tienen poco que ver con las conclusiones. Este tipo de falacias frecuentemente incorpora trampas de distracción que desvían la atención del núcleo del problema. A estos argumentos a veces se les califica non sequitur, del latín «no se sigue». Si bien las pretensiones de los independentistas apuntan más al lucro fácil que al sudoroso esfuerzo, no se sigue que los catalanes sean fenicios. Las falacias de relevancia incluyen asimismo varias modalidades tal los argumentos contra la persona. Los argumentos ad hominem atacan directamente a la persona por su edad, carácter, familia, género, origen étnico o social, estatus económico, personalidad, apariencia, forma de vestir, comportamiento o por la afiliación profesional, política o religiosa. Sin ir más lejos, en jerga supremacista, el español es lengua de criadas.
Hay que cuidarse de sesgos y ser muy respetuosos con las reglas de la lógica para no incurrir en abusivas simplificaciones. Veamos: 4x0=0; 1x0=0. Por tanto, 4x0=1x0. Simplificando, queda 4=1. Eso es lo que hace la chusma de tramposos simplones.
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Juan José R. Calaza es economista y matemático

lunes, 16 de diciembre de 2019

Juan José Rodriguez Calaza. EXPASIÓN, 16 de diciembre de 2019

¿Urgencia energética o climática?


En el sector llaman pico petrolero –o pico de Hubbert– al cénit de extracción allende el cual comienza a decaer. Hubbert anticipó con bastante precisión el pico en EEUU (finales de los años sesenta del pasado siglo), y modelos más recientes lo sitúan en 2025 para todo el planeta. No hay que confundir pico petrolero con pico de agotamiento, donde empiezan a disminuir las reservas. Al ritmo de extracción actual, con datos de BP, las reservas de gas y petróleo se secarán antes de 2080. Aunque se descubriesen nuevos yacimientos accesibles gracias al progreso técnico, hay que prever el agotamiento antes de cien años. Por si fuera insuficientemente triste la perspectiva, algunos países –España, fatalmente– deterioran el saldo comercial con la importación de hidrocarburos, factor de dependencia exterior. La peor de las soluciones, sin embargo, es plantear la urgencia de la transición energética, por agotamiento de recursos o dependencia exterior, enfocándola como si fuera transición energética por urgencia climática. Quiere decirse, según los proponentes de la implantación de la economía verde a uña de caballo, dado que antes o después los combustibles fósiles se agotarán y viviendo ya globalmente desde hace años la urgencia climática, nadie debería oponerse razonablemente a acelerar el proceso de transición. A estas prisas cabe oponer dos objeciones. Primera, no conozco prueba definitiva de urgencia climática. Entiéndaseme como es debido: me refiero a pruebas científicas, no a provocaciones emocionales ni fraudulentos consensos. Segunda, si urgencia climática hubiese (localmente, con ganadores y perdedores) no encuentro prueba, de momento, ni torturando las correlaciones, de que la causa sea, sin alternativa posible, el modelo energético en vigor desde comienzos del siglo XX. Ello no impide que el calentamiento es incuestionable (pero no catastrófico hasta la fecha) y, muy probablemente, la forma que adopta el cambio climático en el hemisferio norte. Las (angustiosas) proyecciones de los modelos, merecen artículo aparte. Paradoja de Jevons Ciñéndonos a la transición energética, en primera aproximación hay que tener en cuenta la paradoja de Jevons. Cuando una innovación o perfeccionamiento técnico permita ahorro de energía, la demanda aumentará. La paradoja no se refiere solamente a la electricidad. La electricidad, de hecho, representa únicamente el 25% de la energía producida actualmente en el mundo. En constante progresión. Una transición energéticamente “descarbonizada” conlleva la electrificación total de transportes y edificios (residenciales y de otra índole). Sin olvidar la demanda que suscitarán nuevos objetos conectados, la futura ciudad inteligente, intensificación del uso de Internet y telecomunicaciones, minería de bitcoin y otras monedas virtuales, y la urbanización en los países en desarrollo. Por mucho voluntarismo que se ponga, no estamos preparados para abordar la transición energética en los plazos que quieren imponer. Salvo a incurrir en costes y racionamientos incompatibles con imprescindibles hábitos de vida. Suprimir radicalmente carbón, parcialmente hidrocarburos, restringir el uso de energía nuclear no se compensa con energías de fuentes intermitentes. No siempre sopla el viento, el sol tiende a ocultarse en invierno y no sale de noche, lo que implica almacenar electricidad en baterías caras, pesadas, contaminantes y dependientes de minerales estratégicamente controlados. Lo que cuenta verdaderamente es el rendimiento sobre capacidad instalada, premisa técnica magistralmente analizada por Pedro Prieto y Charles Hall en un libro imprescindible (Spain’s Photovoltaic Revolution, 2013) de autores, respetabilísimos, que adhieren al cambio climático. Una transición energética no es asunto baladí al albur de modas políticas: es crucial, vital, muchos países se juegan el bienestar de la población. Hay incertidumbre en cuanto al resultado de las medidas a adoptar y son prácticamente irreversibles o de costosa reversión. En estas circunstancias, la ciencia económica dispone de un instrumento analítico llamado “opciones reales”, que valoran la información futura y la flexibilidad y desaconsejan decisiones irreversibles. El tiempo trae información de la que carecemos en el presente y que puede hacernos cambiar de opinión respecto a la decisión a adoptar. Flexibilidad no casa con irreversibilidad. Por precipitada e irreversible intromisión política, probablemente seremos testigos del fiasco económico e industrial del automóvil europeo 100% eléctrico (tan poco ecológico a día de hoy) noqueado por la competencia china. O la insostenible pretensión de saturar el entorno medioambiental de aerogeneradores (en tierra y offshore) a la que se oponen vecindarios, ayuntamientos, cazadores, ganaderos, agricultores y hasta los propios ecologistas (Fabien Bouglé, Eoliennes. La face noire de la transition écologique, 2019). Aerogeneradores que, de media, suministran en tierra un 19% de potencia instalada (45% en offshore). No obstante, de todas las decisiones precipitadas en materia de transición energética la menos justificada es el sometimiento español al Protocolo de Kioto y a los Acuerdos de París (no suscritos por los países más contaminadores): España no debería pagar ni un céntimo por emitir CO2. Por el contrario, deberían pagarnos, puesto que somos captores netos gracias a los esfuerzos hechos en reforestación y la relativamente baja emisión por habitante. Europa emite el 9% del susodicho gas con efecto invernadero. Utilizando el potencial de calentamiento de cada gas referenciado en Kioto (CO2, CH4, N2O y los tres gases fluorados) reagrupados en un sólo indicador, expresado en unidades equivalentes de CO2 por habitante, en toneladas anuales –últimos datos disponibles de Eurostat (2017)–, España emite 7,7, Alemania 11,3, Bélgica 10,5, Irlanda 13,3, Finlandia 10,4, Holanda 12, etc. Lo decisivo viene ahora. España tenía, en 2017, 492 automóviles por cada 1.000 habitantes ; Alemania, 555. En superficie boscosa, España contaba con 18 millones de hectáreas (segundo país en Europa); Alemania, 11 millones. Si bien se mira, Alemania no cuenta con suficientes árboles ni para capturar el CO2 emitido por su parque automovilístico, mientras a España le basta un tercio de su superficie boscosa. A lo anterior hay que añadir que el principal pozo de CO2 es el mar. La costa española se extiende 7.330 quilómetros; la alemana, 3.624. De consuno, la abundancia de cultivos, arbustos, sotobosque y orografía en España potencian, por agregación, un balance neto de absorción de CO2 mayor de lo que emitimos o, como mínimo, alcanzamos la neutralidad carbónica. En buena lógica: ¿es razonable que las empresas españolas deban pagar por emitir CO2? Menos razonable es que ni políticos ni científicos las defiendan. ¿Urgencia energética o climática? 


Economista y matemático
Expansión

domingo, 1 de diciembre de 2019

Juan José R. Calaza ABC, 20 de noviembre de 2019. Los abajo firmantes y racionalidad


Los abajo firmantes y racionalidad

«La propuesta de más de doscientos intelectuales pidiendo una salida política para Cataluña es un vergonzoso intento de cambiar las reglas del juego democrático y no respeta elementales reglas de racionalidad ni considera el imprescindible arrepentimiento de los urdidores del procés»


e intelectuales solventes cabría esperar, idealmente, rigor y esfuerzo para forjar opiniones ponderadas y también algo de sabiduría y consciencia de las cuestiones morales y políticas que debaten. Esta esperanza resulta, salvo excepciones, ingenuamente estúpida. Sociólogos y psicólogos saben que grupos de individuos, intelectuales o porqueros, que debaten o dialogan pueden sufrir el así llamado «Efecto de polarización», que se manifiesta cuando un colectivo que ha deliberado conjuntamente, valga la redundancia, adopta posiciones más radicales que la media de las posiciones individuales antes de la deliberación. En otras palabras, si las discusiones o diálogos permiten a veces, raramente, la emergencia de una forma de templanza de juicio en otras se radicalizan las posiciones. Entre intelectuales izquierdistas o nacionalistas la polarización es la norma. Una de las explicaciones propuestas a la deriva hacia la radicalidad es que, para no perder protagonismo, políticos e intelectuales con mayores ansias de empoderamiento se enzarzan en una competición declarativa maximalista que arrastra a otros miembros del grupo.
Anda circulando por ahí una petición suscrita inicialmente por más de doscientos intelectuales, al parecer españoles y extranjeros, pidiendo una salida política para Cataluña. Volviendo por donde suelen, se trata de un desvergonzado intento de cambiar las reglas del juego democrático en medio de la partida y descargar fraudulentamente de responsabilidad a un puñado de irresponsables que le ha ocasionado irreparable daño a Cataluña -del que no se han arrepentido- intentando hacérselo a España. Echando una ojeada a los «abajofirmantes» cualquiera comprueba que, en realidad, extranjeros de corazón son todos e intelectuales, auténticos, de la nómina no doscientos sino dos, de los cuales uno, Pinker, retiró su firma.
Y como todo el mundo opina, entre las opiniones consagradas en el universo de la melaza política equidistante domina la que propone resolver, dialogando dulcemente, los conflictos gravemente antagónicos. Poco importa si los otros llaman animales -Torra dixit- ladrones o charnegos a los españoles. Sucede que a las sociedades muy maduras y espiritualmente agotadas las pudre, como a la fruta, el exceso de dulzura.
Más de doscientos intelectuales a buen seguro impresionan mucho. Pero no a quien es consciente de que las opiniones del Homo sapiens -en su versión intelectual o picapedrera de la lógica, poco importa- están afectadas de sesgos cognitivos que las lastran de irracionalidad. Por si fuera poco, en el control de calidad democrática algunos círculos intelectuales asignan emocionalmente -que no racionalmente- al nacional-supremacismo catalán la condición de irreprochablemente civilizado, moderno, ilustrado, moderado, pacífico e históricamente perseguido. Por contra, el nacionalismo español es represivo, inculto y anacrónico. O sea, el diálogo, antes de empezar, queda visto para sentencia.
En cualquier caso, el diálogo jamás ha resuelto ninguna confrontación cainitamente polar ni conflictos de intereses. El diálogo resuelve lo que retórica y banalmente se hubiera resuelto por su propio peso o por el de la ley. Las negociaciones políticas no son ejemplos de diálogo sino de calculada exhibición de fuerzas. El diálogo en el que se comprometió Chamberlain en el Munich Agreement no sirvió para nada. Esto debería saberlo hasta el buenazo de Chomsky que lleva toda la vida firmando peticiones con la misma desenvoltura que el núcleo duro independentista viviendo de subvenciones. Con todo, en previsión de que no prospere la negociación se adelantan a endosarnos la responsabilidad. Los españoles, según esa tropa -lo dejó escrito en alguna parte un habitual abajo firmante- estamos intrínsecamente incapacitados para el diálogo (consecuencia de la invasión árabe y de la Inquisición) hasta el punto que en castellano no existe el término compromise en su acepción anglosajona.
Si bien se mira, la eventual negociación -exigida de tú a tú, además, entre el Estado y cuatro provincias- sería imposible encauzarla racionalmente habida cuenta de la falta de arrepentimiento mostrada por los responsables del procés. ¿Por qué no se arrepienten? Una explicación bastante aceptada recurre a las emociones, particularmente a la invocación de emociones negativas. La idea de que para tomar una decisión racional hay que desprenderse primero de las emociones es clásica en filosofía (concretamente, en Descartes). Actualmente, los psicólogos consideran que algunas emociones, como el coste del arrepentimiento, pueden explicar decisiones irracionales. Verbigracia, si el independentismo tarda tanto en diluirse en Cataluña es porque los dirigentes no admiten que la enorme tensión generada es un tremendo error histórico (con fuga de empresas y desprestigio internacional no compensado por algún que otro apoyo). El arrepentimiento sería emocionalmente demasiado doloroso al provocar un profundo sentimiento de fracaso (dejando de lado el coste personal de la pérdida de privilegios). Es decir, los cuadros independentistas, amparados en el control administrativo e institucional, mantienen la decisión irracional de conservar una dinámica sin recorrido dentro de Europa por la incapacidad de arrepentirse de la irracionalidad de las decisiones tomadas anteriormente. Esto es, retroactivan la irracionalidad de sus decisiones.
En estas circunstancias, es lógico que la parte de sociedad española más lúcida exija arrepentimiento a los provocadores no tanto como revancha moral sino como prueba de recuperación de cierta racionalidad en las decisiones a venir. En el caso del secesionismo, el arrepentimiento sería, desde el punto de vista de la psicología conductual, una reacción emocional consciente y negativa que concierne a comportamientos irracionales del pasado. Concretamente, el arrepentimiento consistiría en el reconocimiento corrector de los mecanismos emocionales que impiden tomar decisiones racionales. Sin arrepentimiento no puede haber diálogo racional. Se trata, por tanto, de condición necesaria, aunque insuficiente, en la que deberían insistir los susodichos intelectuales, si lo fueran, que han suscrito la petición.
Enlazando con lo arriba expuesto, cuando el grupo de intelectuales se amplía -más allá del círculo de expertos en meterse donde nadie habilitado para ello les ha dado vela- el extremismo decae como consecuencia de lo que el estadístico Galton llamó La sabiduría de las multitudes (The Wisdom of Crowds). Por tanto, los límites a la radicalidad intelectual -aval de la radicalidad política guerracivilista- deben quedar delimitados por la ley. Quiere decirse, al radicalismo no hay que oponerle diálogo sino Ley, que en cada país democrático es la Constitución. Porque, en oposición a la irracionalidad de las decisiones y opiniones individuales, así fueren las de los intelectuales, la Constitución sintetiza la sabiduría de la multitud.
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Juan José R. Calaza es economista y matemático

Juan José R. Calaza ABC, 23 de septiembre de 2019. Techo de cristal






Techo de cristal

«En la cúspide de la jerarquía profesional, económica, política, intelectual, no cuentan la raza ni el género ni la religión. Los prejuicios se dan en la parte baja de la escala social, a medida que se va ascendiendo van desapareciendo»

De forma general, la expresión «techo de cristal» (glass ceiling) se aplica a personas perjudicadas por supuestas redes de poder tácitas, implícitas -incluso ocultas y clandestinas- que les impiden acceder al máximo nivel de poder, remuneración o jerarquía al que por méritos podrían pretender. Expresión apoyada y «probada» por abundantes estadísticas y estudios sociológicos tan inconsistentes las unas como los otros. Tidjane Thiam es miembro de dos prominentes familias africanas (de Senegal y Costa de Marfil) egresado brillantemente de las más exigentes escuelas de ingenieros (Polytechnique y Mines) viveros de la elitista meritocracia francesa de donde también salieron Henri Poincaré y Maurice Allais. Tidjane Thiam siempre ha tenido la sensación de que se cernía sobre él un obstáculo intangible pero real que no le dejaba progresar proporcionalmente a sus méritos. Tidjane Thiam hizo esas declaraciones a «Le Monde» cuando lo eligieron CEO del Crédit Suisse (2015), después de una impecable trayectoria tanto en la administración pública como en el sector privado. A falta de datos precisos apuntó a la existencia de un inconcreto techo de cristal. Si hasta el CEO del Crédit Suisse adhiere a una retórica vagamente conspiranoica no hay que extrañarse de los propagandistas de «Los protocolos de los sabios de Sion».
De manera más específica y recurrente, a pesar de que en los países occidentales no existen leyes que impongan restricciones en cuanto a número o nivel de mando o responsabilidad de las mujeres, en los estudios de género y en la jerga feminista también se emplea profusamente techo de cristal. Refiriéndose a la limitación del ascenso laboral, impidiéndolas veladamente avanzar jerárquicamente en empresas o instituciones públicas cuando ya han alcanzado situaciones elevadas pero por debajo de la cumbre. Veamos. Desde 1951, los Estatutos del FMI han prohibido el nombramiento de candidato/a de 65 años o más como director/a gerente. Sin embargo, a propuesta del directorio, la Junta de Gobernadores votó (4/09/2019) la supresión de la norma para que Kristalina Georgieva accediera al puesto hasta hace poco ocupado por Christine Lagarde, ahora a la cabeza del BCE.
Difícil analizar objetivamente la realidad o ficción del techo de cristal toda vez que existe una censura al respecto que, sin ser explícita, actúa como autocensura: es políticamente incorrecto negarlo o relativizar su real importancia discriminatoria. No dudo que algo parecido a un techo de cristal pueda existir, y en sociedades acendradamente democráticas, pero no en lo alto de la jerarquía social. En la cúspide de la jerarquía profesional, económica, política, intelectual no cuenta ni la raza ni el género ni la religión: las montañas se comunican por las cumbres. Los prejuicios se dan en la parte baja de la escala social, a medida que se va ascendiendo van desapareciendo. En la parte baja, en el pueblo férvido y mucho, un africano es un negro y una mujer una sirvienta. En los estratos cenitales, un africano de Polytechnique es CEO del Crédit Suisse porque el consejo de administración considera que es el más adecuado para el puesto entre otros candidatos en liza. Y en la parte alta de la escala, una mujer es pianista, ingeniera, cirujana, novelista o directora del FMI (a pesar de incumplir los requisitos). Ello no impide que, contra la evidencia, machaconamente se saque a pasear el techo de cristal para alertar de la discriminación patriarcal en contra de las mujeres más competentes.


Mujeres y hombres siempre serán minuciosamente diferentes aunque no en derechos, felizmente. Ahora bien, según el feminismo más beligerante y menos dialogante (diferencialista, radical, por oposición al feminismo universalista, liberal) un invisible techo de cristal perpetúa diferencias por género en detrimento de las mujeres que carecen, por tanto, de verdadera igualdad de oportunidades. Con estos mimbres, parece natural que se retroactiven en perpetuo feed-back los mecanismos de la indignación. No obstante, escrutada con detalle se observa que la indignación se basa en un solo axioma (Todas víctimas) del que extraen un único teorema (Todos culpables) En consecuencia, casi deberíamos disculpar al extremismo feminista por ser fruto de la indignación. Y bien: no. No hay disculpa posible. Nadie miente tanto como una persona indignada, Nietzsche dixit («Más allá del bien y del mal»).
Juan José R. Calaza es economista y matemático
ABC