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miércoles, 1 de abril de 2020

Juan José Rodriguez Calaza. ABC, 1 de abril de 2020


Alarma en el Estado de alarma

«España no podrá encajar dos crisis seguidas. Primero, epidémica; después, económica. Ya que no fueron capaces de evitar la primera crisis evitemos la segunda. El confinamiento es una medida brutal e irracional, sin ningún tipo de base científica»


El confinamiento de la población es una medida pseudo-fascista, tomada sin base racional ni científica, que provocará una hecatombe económica, afectiva y psíquica en la sociedad española. Las personas mayores quedaremos estigmatizadas ante los jóvenes que nos acusarán de haberles cerrado el paso al futuro.
En España, el 96,2% de fallecimientos por la Covid-19 se registran entre personas de más de 60 años. En el 3,8% de fallecidos, relativamente jóvenes, se observaron frecuentemente patologías. Las patologías previas disparan la letalidad de la Covid-19 incluso en jóvenes. Esta sospecha parece confirmarse al analizar los casos de fallecidos de más de 60 años.
La tasa de letalidad (calculada sobre la incidencia, infectados reales estimados, no solamente casos reportados) de la Covid-19 es
 muy baja (del orden del 0,3%-0,4%) doble en hombres que en mujeres, siendo la incidencia igual en ambos sexos, y sube especialmente en varones mayores de 80 años con patologías previas (letalidad 16%, calculada exageradamente sobre casos reportados). Sin embargo, en esta alta letalidad se esconde una correlación así llamada cigüeña: no son la edad y la enfermedad combinadas las que matan sino que con la edad las personas sufren más patologías. Y los hombres más que las mujeres por sus pasados hábitos de vida o actividades profesionales. Con estos elementales datos en mano, puede probarse que la insostenible política de confinamiento, amparada por el Estado de alarma, nace de una premisa completamente falsa. A saber, el confinamiento sería la «única» estrategia eficaz al no poder -alternativamente, por carencia de medios- practicar detección a gran escala con aislamiento de personas detectadas contagiadas. Este diagnóstico de la situación indica grave desconocimiento de la naturaleza de la Covid-19: su letalidad general es más baja que la de la gripe (influenza), 0,8%.
Cuando lo anterior se entiende bien la estrategia para encarar la Covid-19 es imparable. Una parte de la población (la que padece patologías previas) es fatalmente sensible y frágil a la infección del virus SARS-CoV-2. Esta parte de la población debe ser informada, partiendo de su historial clínico, prevenirla del riesgo que corre y, si es necesario, aislarla por su propio bien (se admiten objeciones). Es obligación del Gobierno llevarlo a buen término. ¿Cuál es esa parte de la población de alto riesgo? Especialmente hombres mayores de 80 años (2/3 de fallecidos). ¿Es suficiente ser hombre y mayor de ochenta años? No. Un hombre mayor de ochenta años sin patologías previas, que padezca el Covid-19, corre menos riesgo de fallecer que si estuviera infectado por el virus de una gripe normal. Por tanto, los medios deben asignarse masivamente y los esfuerzos concentrarse, racionalmente, a la evitación de contagios en el segmento de población sensible: la que padece patologías previas. El resto de casos reportados, sin patologías previas, hay que considerarlos como si fuera gripe, es decir, que se queden en casa hasta que la enfermedad remita excepto agravamiento agudo y manifiesto (el 70% de ingresados en las UVI tienen más de 70 años, no todos con patologías previas). Algunos enfermos sin patologías previas también fallecerán, desgraciadamente, pero menos que los que fallecen de gripe. Esta es la única estrategia racional (cf. online, 9/03/2020, el interesante artículo de Fei Zhou y colaboradores: «Clinical course and risk factors for mortality of adult inpatients with COVID-19 in Wuhan, China: a retrospective cohort study»).
Con una bisoñez, un desparpajo y una incompetencia que aterran, el Gobierno, en previsión protectora de las personas mayores, ha tomado medidas de confinamiento que nos estigmatizan ante los más jóvenes haciéndonos indirectamente responsables del desastre económico en curso. Y tanto es así que partidos políticos anticonstitucionalistas e independentistas propugnan medidas de confinamiento incluso más extremosas, descontando una crisis peor que la de 2008, en aras de abonar el terreno a sus nefastas y no ocultadas pretensiones. Por ello, los españoles de bien y más de sesenta años debemos oponemos al confinamiento de la población -por ineficaz, humillante, traumatizante y destructivo- impulsando otras medidas de protección en orden al distanciamiento social (centradas sobre todo en la prevención de contagios en personas con patologías previas) aplicando, si es necesario, el poder coercitivo del Estado en cuanto a la obligatoriedad de mascarillas y guantes fuera del hogar.
Es un mito que el «aplanamiento» de la curva epidémica por confinamiento de la población salve muchas vidas. Y las pocas que relativamente pudiese salvar, en el corto plazo, sería a costa de multiplicar los fallecimientos en el medio y largo plazo. Pocas vidas salva la descongestión de Urgencias. Lo que salva vidas es la prevención cuando aún no se ha alcanzado un umbral crítico de contagio, y protegiendo, desde un principio, a ancianos con patologías que difícilmente pueden asumir su propia protección en residencias geriátricas o el propio hogar. ¿A qué esperamos para cambiar de estrategia? Este sistema de protección minuciosamente centrado no impide relanzar inmediatamente la economía para que jóvenes y trabajadores en general no sufran las consecuencias de la voladura del entramado económico. Un Estado endeudado por el desmoronamiento económico carecerá de medios para mantener un sistema de salud eficiente capaz de salvar vidas en el futuro.
Sorprende la visión cortoplacista y chapucera de medidas draconianas, tomadas en España, cuyos impactos económicos, familiares, penales, intelectuales, laborales, afectivos, físicos, psíquicos, etc., debidos al confinamiento obligatorio serán sin duda devastadores. Más razonablemente -contraejemplo de esa miopía decisoria impuesta irracionalmente a una sociedad absolutamente desinformada, aterrorizada y sin datos fiables en que apoyarse-, algunos países calculan integrando los efectos de la pandemia este año y el próximo con la estructura productiva en funcionamiento, en la medida de lo posible, para evitar el colapso económico susceptible de debilitar los sistemas nacionales de salud en el futuro. El INSEE francés ha estimado, por lo bajo, que en diez días de confinamiento la actividad económica se ha contraído el 35%; en un mes el PIB se habrá reducido 3 puntos.
Salvemos la economía y el futuro de los jóvenes. España no podrá encajar dos crisis seguidas. Primero, epidémica; después, económica. Ya que no fueron capaces de evitar la primera crisis evitemos la segunda. El confinamiento es una medida brutal e irracional, sin ningún tipo de base científica, pretextando proteger la vida de las personas mayores que, en realidad, quedan estigmatizadas ante la sociedad. Pronto los jóvenes nos harán responsables de la hecatombe económica culpándonos de haberles bloqueado el futuro. Sánchez ha declarado la guerra, pero inspirado en «Diario de la guerra del cerdo», de Bioy Casares.
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Juan José R. Calaza es economista y matemático

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